Paula estaba sentada en la cama, las piernas cruzadas, la copa de vino en una mano y el celular en la otra. La luz tenue del velador apenas iluminaba su rostro mientras leía, por enésima vez, la última conversación con Martín.
—Llegué bien. Beso.
—Ok.
Eso había sido todo.
Suspiró y dejó el teléfono a un lado. Afuera, la ciudad seguía con su ritmo imparable: autos pasando por la avenida, murmullos en la vereda, el eco de una risa lejana. Pero dentro de su departamento, solo había un silencio denso y asfixiante. Un silencio que últimamente se había vuelto demasiado habitual.
Las cosas con Martín ya no eran las mismas. Antes, cada mensaje era una excusa para seguir hablando, cada encuentro terminaba en risas, caricias y besos que se volvían inevitables. Ahora, apenas se tocaban. Las conversaciones eran escasas, las discusiones frecuentes, y la intimidad… casi inexistente.
Se levantó y caminó descalza hasta la cocina. Sirvió más vino y se apoyó contra la mesada, mirando la ciudad a través del ventanal. Pensó en Martín, en los días felices, en las noches enredados bajo las sábanas, en los "te amo" que antes salían con facilidad. Pero también pensó en las peleas recientes, en la indiferencia que pesaba más que cualquier palabra. ¿Cuándo había empezado a sentir que estaban juntos solo por costumbre?
El celular vibró sobre la mesa. Su corazón se aceleró, pero cuando lo tomó, vio que solo era una notificación sin importancia. Nada de Martín.
Tomó un sorbo largo de vino y deslizó el dedo sobre la pantalla, abriendo su chat otra vez. Dudó un momento y luego escribió:
—Nos está pasando algo, ¿no?
Dejó el teléfono a un lado y esperó. Minutos que parecieron eternos. Nada.
El silencio seguía ahí. Más fuerte que nunca.
—Llegué bien. Beso.
—Ok.
Eso había sido todo.
Suspiró y dejó el teléfono a un lado. Afuera, la ciudad seguía con su ritmo imparable: autos pasando por la avenida, murmullos en la vereda, el eco de una risa lejana. Pero dentro de su departamento, solo había un silencio denso y asfixiante. Un silencio que últimamente se había vuelto demasiado habitual.
Las cosas con Martín ya no eran las mismas. Antes, cada mensaje era una excusa para seguir hablando, cada encuentro terminaba en risas, caricias y besos que se volvían inevitables. Ahora, apenas se tocaban. Las conversaciones eran escasas, las discusiones frecuentes, y la intimidad… casi inexistente.
Se levantó y caminó descalza hasta la cocina. Sirvió más vino y se apoyó contra la mesada, mirando la ciudad a través del ventanal. Pensó en Martín, en los días felices, en las noches enredados bajo las sábanas, en los "te amo" que antes salían con facilidad. Pero también pensó en las peleas recientes, en la indiferencia que pesaba más que cualquier palabra. ¿Cuándo había empezado a sentir que estaban juntos solo por costumbre?
El celular vibró sobre la mesa. Su corazón se aceleró, pero cuando lo tomó, vio que solo era una notificación sin importancia. Nada de Martín.
Tomó un sorbo largo de vino y deslizó el dedo sobre la pantalla, abriendo su chat otra vez. Dudó un momento y luego escribió:
—Nos está pasando algo, ¿no?
Dejó el teléfono a un lado y esperó. Minutos que parecieron eternos. Nada.
El silencio seguía ahí. Más fuerte que nunca.
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